En La Persecución y el Arte de Escribir, Leo Strauss afirma que decir la verdad ha sido causa de la muerte de grandes pensadores y que incluso en tiempos modernos, si ya no siempre causa la muerte, al menos causa el ostracismo (destierro y aislamiento social).
Dice Strauss que esto le pasó a Sócrates, al que condenaron a morir envenenado con cicuta por hablar verdades. Y sobretodo, dice que desde entonces se creó cierto miedo que nos ha llevado como sociedad a decir la verdad sólo entre líneas o no decirla a nadie que no sea del extremo círculo de confianza.
Por si fuera poco, Strauss también afirma que esta tendencia es fomentada por los círculos del poder, pues ante el silencio de la verdad (social), acuden las mentiras (de los poderosos) y de tanto repetirse en voz alta, las mentiras se convierten en verdad.
Los comunicólogos —antes de ser abogado, estudié y ejercí comunicación— llamamos a esto la espiral del silencio, que es el fenómeno que sucede cuando una opinión se dice muchas veces y la contra opinión no se dice nunca. Entonces la opinión repetida se va convirtiendo en verdad, las personas asumen que si eso se repite tanto y nadie lo contradice, entonces debe ser cierto. Así, los individuos se adaptan a esa opinión reiterada y mayoritaria, sin cuestionarla.
Los psicólogos llaman a algo similar “desesperanza aprendida”, que no es otra cosa que cuando las personas ya no pelean contra las adversidades, sea porque ya no tienen motivos para luchar o porque creen que ya no pueden escapar. Entonces ante las dificultades, ya no se defienden. Decía Séneca que la persona buena si cae, pelea de rodillas. Y estas personas con desesperanza aprendida, son el contrario; ya no pelean ni siquiera si están de pie.
Estoy tratando de decir que como sociedad —sobretodo en lo local— vivimos todo lo anterior. Llevamos dentro de la piel nuestro miedo a la persecución, la falsa percepción de que nadie opina como nosotros y la terrible idea de que no podemos hacer nada para mejorar nuestra circunstancia. Ya no esperamos que las cosas cambien, sino que se nos olvide que queríamos que cambiaran.
También estoy tratando de decir que la única solución a lo anterior inicia por romper la persecución. Enfrentarse al poder, sin importar las consecuencias. En nuestro estado (Guanajuato) y nuestra ciudad (San Miguel de Allende), el poder de una u otra forma es el PAN y las cúpulas económicas que han destruido nuestro patrimonio.
Abundan los fraccionamientos sin factibilidad de agua y también los políticos panistas que con prestanombres crearon esos fraccionamientos. Abundan también los que quieren llegar al poder a punta de repartir tinacos y despensas, que son pagadas con nuestro dinero a través de la corrupción del PAN. Abundan el oprobio, la pobreza y la inseguridad social; contrastadas con la forma en que los políticos oficiales han transformado su vida de los escasos recursos a las múltiples casas, terrenos, vehículos y más; sin haber trabajado honestamente en algo que diera para tanto ingreso —el problema no es el enriquecimiento, sino que no se pueda explicar cómo sucedió—.
Romper la persecución es enfrentarse al poder; pero siempre con la verdad en la mano y con criterios de cómo se obtiene y cómo se comunica esa verdad. También con acciones de incidencia social que no estén marcadas por el tráfico de influencias, sino con la transformación de nuestra jornada económica en una jornada social —trabajar y generar ingresos, pero con sentido social—.
Hago estos apuntes en preparación del próximo proyecto que anunciaré a finales de año o principios del próximo. La foto que incluí en este texto es una pequeña pista de lo que va a despertar.
“Hay un país que respira”
R.