Siempre son mujeres

Abril salió de la casa del vato con la nariz desecha y el pómulo colapsado. Su espalda hasta la fecha tiene estragos. Le tomó dos años soltar la codependencia, aferrarse a la vida, continuar sus estudios, dejarlo. Yo la acompañaba cuando me lo permitía y así pude ver en primera fila su ascenso. Hoy se perfila para convertirse en la mejor médico veterinaria de su generación.

Amanda perdió a su padre una tarde. Ya van más de cinco años de persecución, pues los asesinos no han querido detenerse hasta terminar con la familia entera. Ella siempre habla sobre seguir volando, desesperadamente. Y vaya que vuela. Terminó su carrera, una de las más difíciles de estudiar, y ahora dirige un equipo internacional a una edad a la que es raro tener un equipo debajo.

De Cielo podría escribir un libro entero. Dejar el pueblo no es fácil y menos después de una relación mediocre. Ella debió desde siempre salir a conquistar el mundo, pero su mamá —llena de prejuicios de antaño— la ató a un destino cruel, en una jaula dorada. Hoy, a miles de kilómetros, brilla tanto que ya ni siquiera le hace falta presumirlo a los cuatro vientos; para detrimento de nosotros sus admiradores que anónimamente entramos a sus redes sociales para inspirarnos y ya no encontramos nada.

Cambié los nombres, pero no las historias. En este último par de años en que todo se fue viniendo abajo —hasta tocar fondo hace unos meses— me impulsé pensando en ellas y otras tantas historias así. Siempre son mujeres. Me di cuenta hace unos días y no estoy seguro qué significa.

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