Qué ingenuo fui

Tan seguro estaba de que conocía bien las soledades. Esas que aparecen cuando uno sale solo del Coppelia de La Habana y mira al malecón, y añora tener con quien compartir la cálida velada.

O como cuando en la carretera uno pierde el rumbo, pero encuentra la verdad. O cuando en la playa uno pierde el alimento, pero encuentra el alma. Y todos esos viajes que hacemos solos, pero mirando hacia el mañana.

Qué ingenuo fui. Esta soledad, que sabe a golpe seco y a sangre en la nariz, no la conocía. ¿Habrá otras tan sofocantes como ésta?

Es una soledad de la pobreza. De cola de jubilados, como diría Subiela. La soledad de los de acá. De entender que quizá no hay salida y si la hay, se pasa en soledad.

Quiero decir que es una soledad mentirosa. Porque no permite la fuga acompañado ni de una persona, mucho menos de todas. Una soledad hipócrita, cobarde, traidora.

Qué ingenuo fui. No pensé que una soledad pudiera pegar así. Tantas décadas que faltan de lucha, si acaso somos afortunados de poder seguir luchando.

Es una soledad de fecha de corte, de llamadas del banco, de fraudes y defraudadores institucionalizados. De lo que pasa cuando los cobardes se hacen más ricos a costa de los de abajo.

Me refiero a la escasez del agua. A la guerra en Ucrania. Al tráfico de influencias en las cortes. A los que usuran. A los que roban. A los que acosan. A los que violan. A los asesinatos en Michoacán. Qué digo, si aquí a la vuelta está Celaya. Una soledad asediada ya no solo por la ausencia, sino por el gobierno, por el narco y por tanto transa.

Qué ingenuo fui. Esta soledad hasta extraña a la romántica. Porque ni al ser amado puede tenérsele aquí; no si verdaderamente se le ama. Así de seca, así de triste, la soledad estalla.

Titila entonces la esperanza. Es una vela tan cerca de extinguirse. Tan cerca de la mesa, ya su luz casi se apaga. ¿Qué vendrá después de que lo haga?

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