Andaba pensando que quizá aún no has llegado porque tienes pareja. Novio, marido, peoresnada, qué sé yo.
Ni cuenta me habría dado de tal posibilidad, si el novio de una grandiosa amiga no me hubiera entregado con sus celos la magistral pista.
¿Por qué las parejas de las mujeres que valen la pena rara vez pueden estar satisfechas con ser —valga la redundancia— sus parejas?
Pero el caso es que estaba pensando en que quizá aún no has llegado porque estás con tu pareja. El que amas, el que usas, el peoresnada, qué sé yo.
Y me quedé pensando si será que él sabe que yo existo, incluso si tú aún no lo sepas. Si al menos intuye que todavía estás llegando a mí.
¿Le darán celos sin poder articularlos? ¿Los verá reflejados en tus grandiosas amistades? ¿Me buscará incluso bajo las piedras?
Qué inesperada esperanza imaginarlo, buscándome quizá con tanto empeño como yo te busco, pensándome —aun inconscientemente— como yo te pienso.
Qué inesperado cariño el que le tengo; por poner su fe en nosotros cuando a veces yo ya no puedo ponerla. Por recordarme que la posibilidad siempre existe, que la puerta cerrada quizá todavía está abierta.
Qué inesperado sentir este agradecimiento, porque existan estos momentos en que la cara al piso puede convertirse en viento.
Y porque en esta soledad, al menos sus dudas me sostengan.