La política debe ser la búsqueda de sentido. Debe ser encuentro con uno mismo y con los demás, así como una puerta de salida de la desconexión y angustia que causa la cotidianidad y la modernidad.
En lo práctico, lo anterior significa la reunión periódica y social —la convivencia— de personas de una misma comunidad que busquen transformar las circunstancias de su localidad; clarificando juntos los problemas que enfrentan y articulando las respectivas y necesarias soluciones.
En lo profundo, significa el rescate del individuo del asfixiante aislamiento en el que se encuentra, llevándolo a un nuevo espacio en donde no sólo conozca a nuevas personas, sino que construya redes de amistad colectiva que le den una nueva perspectiva ante la vida misma; una perspectiva de involucramiento con el prójimo y con las decisiones y circunstancias que nos afectan. Que jamás vuelva a sentir el individuo que no puede ejercer control sobre sus circunstancias, que no vuelva a sentirse aislado en un mundo que no para de dar vueltas.
Suena complejo, pero en realidad es bastante simple: la política debe ser un barco que nos rescate de la inexistencia. El lugar en el que hagamos amigos para toda la vida y con ellos construyamos un futuro mejor. Un espacio en donde podamos armar proyectos comunitarios que puedan interconectarse con grupos de otras localidades. Un laboratorio de cambio social que desde el emprendimiento local transforme lo estatal, nacional y global.
Es fácil imaginarlo: personas que se reúnen periódicamente por el gusto de verse y por el gusto de transformar su realidad. Grupos locales que crean proyectos comunitarios igual para lidiar con la inseguridad de su ciudad que para armar el equipo de futbol de la primaria, gestionar con gobierno la puesta de luminarias en su vecindario o incluso postularse a puestos de elección popular. Todo esto está conectado.
Esta verdadera política existe en las asambleas de barrio, en las reuniones de madres y padres de familia de las escuelas, en los talleres comunitarios, en las organizaciones estudiantiles, en el voluntariado, en los grupos de whatsapp vecinales, en las sobremesas de amigos que se reúnen cada semana, en las raíces de pasto de la sociedad, en los individuos que son la verdadera base del Estado.
Nada tiene que ver esta verdadera política con la del conflicto, la de los actuales partidos políticos y sus funestas campañas electorales, la de las luchas mediáticas entre dirigentes y cúpulas, la de las mentiras en comunicados y ruedas de prensa, la de las discusiones sobre quién tiene más seguidores en redes sociales. A eso erróneamente se le llama política cuando se le debería llamar simplemente conflicto. Y en ese mundo de falsedades, pululan los falsos profetas y quienes por un hueso traicionan su dignidad y todos los ideales.
Sólo la verdadera política puede rescatar al individuo y a la sociedad. Sólo la base puede transformar al Estado. De nada sirven las cúpulas ni mucho menos los caudillos, la solución está en el enjambre de los que estamos abajo. Somos nosotros, juntos e indivisibles, los que conocemos nuestros problemas y sabemos cómo solucionarlos. Es desde la libertad del emprendimiento social, económico y político desde donde los de abajo podremos cambiar al país y hacerlo más próspero, más justo y más compasivo.
La revolución transformadora será entonces de pensamiento y traerá, desde la más pura libertad, una nueva revolución cultural y económica. Sus batallas serán la conquista del espacio público por los individuos de a pie, cuando recuperemos los espacios ciudadanos que hemos dejado vacíos o que hemos entregado a la clase política. La victoria será la instauración de una base social activa, ágil e interconectada con las nuevas tecnologías, que pueda entonces tomar las riendas del gobierno y terminar de instaurar los cambios sociales que verdaderamente hacen falta. La consecuencia será la prosperidad humana que permita el reencuentro de la sociedad.
Es otra vez fácil imaginarlo: individuos reuniéndose periódicamente en grupos locales, encontrando un nuevo sentido de pertenencia en la misma convivencia, reconstruyendo el tejido social de su comunidad, transformando la realidad desde sus propias iniciativas grupales, articulándose con grupos similares de otras localidades para propagar las ideas y proyectos que hayan tenido éxito, usando tecnologías de discusión y deliberación para moverse más allá de lo local con una agilidad explosiva, compartiéndose herramientas y nociones innovadoras, interconectándose en una red social antes inexistente. Y así, poco a poco, reconquistar el espacio público, los comités vecinales, los consejos ciudadanos, las juntas escolares, la participación en asociaciones civiles, los puestos de elección popular, las instituciones de gobierno, la toma de las decisiones que nos afectan a todos; a cada paso mejorando dichos espacios e impulsando al país hacia una nueva época próspera. Y entonces sí, encontrarnos rodeados de grandes amistades, así como de una sociedad participativa y compasiva, para que podamos descubrir ya no sólo un nuevo sentido de pertenencia y de vida sino un camino hacia nuestra propia felicidad.
Una nueva frontera de lo político para redefinir la condición humana.