Teoría del Fracaso 101

En marzo un profesor y amigo me invitó como ponente a una clase de Comunicación en la Ibero para dar un breve seminario sobre Teoría del Fracaso. La cita se tuvo que romper por complicaciones del calendario escolar y el seminario ya jamás sucedió. A manera de apuntes del mismo, envié la siguiente carta a los alumnos que hubieran participado. A quien le sirva.

R.

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Apreciables alumnos,

Hubiera sido increíble tener nuestra clase sobre Introducción a una Teoría del Fracaso, lamentablemente el caos de fin de semestre se ha impuesto. Le prometí a Memo pasarles mis apuntes, pero después de leerlos un par de veces me he dado cuenta que de nada sirven sin la sesión de trabajo. Los apuntes son una referencia sobre cuestiones discutidas de frente, un instrumento de repaso y de exteriorización de conceptos que no puede suplir a la clase.  Una carta, en cambio, nos permite iniciar esta conversación aun sin continuarla. Algunas de las mejores discusiones filosóficas han sido epistolares e incluso sabiendo que no la llevaremos más lejos, por lo menos estas líneas podrán quedarles de referencia si se enfrentan con ese momento en que todo lo que estaba fijo se cae. Escribo lo siguiente con la esperanza de que en su hora más oscura puedan comenzar a construir su hora más brillante.

¿Han leído esa cita de Michael Jordan sobre la cantidad de tiros que falló cuando jugaba básquet? Dice algo así como “he fallado más de 9’000 tiros en mi carrera y por eso soy exitoso”. Cada que la veo me frustra. Si fracasar fuera fallar nueve mil tiros de canasta y, a la par, ser el mejor jugador de la NBA, entonces una teoría del fracaso sería completamente innecesaria. No creo que el fracaso se sienta como su cita supone: fallo mi tiro, cobro millones, me voy a la fiesta. Creo que el verdadero fracaso es solitario y asfixiante, aniquilador de toda esperanza; es sentarse pasmado y hacerse a uno mismo las preguntas más grandes de la existencia. Hay personas que en momentos así toman eso que llaman algunos la “salida fácil” y hay otras que, aun sin tomarla, jamás se recuperan y viven una vida gris y deprimente hasta el fin de sus días; o sea, lo mismo pero más prolongado.

Temo decirles que este momento oscuro del que hablo es casi inevitable para ustedes y más por la carrera que estudian. La Comunicación como profesión y como ciencia social se enfrenta todos los días a una realidad incontrolable y devastadora. ¿Ya los mandó un profesor a tomar cientos de encuestas a una plaza pública? ¿Ya vivieron días seguidos, sin descanso, en sets de cine improvisados? ¿O ya se enfrentaron al inminente cierre de edición de alguna publicación escolar? Pues esos son apenas ensayos, lo verdaderamente incontrolable se encuentra al final de su carrera y posterior a ella, es decir: su titulación y su vida de egresado. Por pura petición de orden, distingo aquí dos fracasos: el activo y el pasivo, que también pueden ser nombrados respectivamente el valiente y el cobarde. Los explicaré más adelante.

Estoy viendo en mis apuntes citas de Platón, de Séneca, de Nietzsche y de Heidegger. Me hubiera encantado explicárselas de frente y relacionarlas con el tema que nos ocupa, pero dar cátedra en una carta es eterno y mi tiempo bastante escaso. Les daré mejor mi experiencia más personal al respecto, algunas notas y algunas ideas; la teoría del fracaso en sí la tendrán que construir por su cuenta.

Sobre cómo fracasé les diré poco y ustedes se imaginan el resto, algunas partes les sonarán familiares. Emprendí mi proyecto de titulación, un cortometraje, con la sangre. Lo vendí alto, me vendí alto, casi previendo presupuestos para vuelos a cierto festival de cierta ciudad en la costa francesa. Si ya de por sí es fácil hacerse enemigos en nuestra escuela con aspiraciones de ese tipo, una actitud infantil y pedorra de mi parte multiplicó exponencialmente las discordias. Sé que pueden imaginárselo, más de un ejemplo tendrán cerca. Y podríamos discutir por horas si el momento del fracaso fue en pleno set cuando mi primer asistente me llamó a gritos idiota o si fue cuando tuvimos que rogarle al profesor de la materia que no nos reprobara por entregar un cortometraje en 16mm peor que la película más improvisada de Ed Wood. Decepcioné a tantas personas con ese proyecto que aprendí nuevas formas para llegar a mis salones con tal de no pasar por la fuente o por el área de cine, ¿sabían que se pueden saltar los pasillos del A, B y C si pasan por el sindicato al estacionamiento de maestros? Lo que dolió más fue saber cuál fue el verdadero fracaso, uno del que pocas personas se enteraron: ese cortometraje jamás fue mi titulación, fue un trabajo previo; pero las historias al respecto se hicieron tan grandes que nadie en la escuela quiso volver a trabajar en un proyecto con mi nombre al frente y las titulaciones en cine tienen que ser en equipo. Decepcioné a mis padres, a mis profesores y, la peor parte, a la memoria de mi mejor amigo y otrora fotógrafo de cabecera que murió prematuramente un año antes. Con él había planeado por años ese momento en el foro de cine en el que invitas a tus padres y amigos a ver tu corto enfrente de todo el subsistema, en donde los profesores te alaban y te imaginas viajando y dando entrevistas… tardé mucho tiempo en dejar de imaginar a mi amigo decepcionado. Y perdonen si creen que les estoy compartiendo de más, pero quiero que lo sientan, que se imaginen en mis zapatos; si no por otra razón, por lo menos porque el potencial de un momento así lo tienen encima y enfrente. Lo que les voy a tratar de argumentar a continuación es por qué ese momento fue el detonante de mi carrera, veamos.

Por azares del destino me encontré en Chicago dos meses después. Asistí entonces a un seminario de Brad Keywell, fundador de Groupon. El nombre del evento: Fracaso para Principiantes. ¿Sabían ustedes que en Estados Unidos hay toda una legislación que no solo protege, sino que fomenta el fracaso? La gente emprende y fracasa constantemente, y su ley los protege para que puedan postergar cualquier pago de deudas hasta que puedan construir una nueva empresa con el aprendizaje del fracaso de la pasada. Keywell salió de estudiar leyes en Harvard e invirtió todo el dinero que heredó de su familia (algo así como un par de millones de dólares) en una empresa de alta moda europea. Perdió hasta el último centavo y tuvo que ampararse con las leyes estadounidenses para no terminar en la cárcel por deudas. Aprendió de su quiebra que el problema de la venta de ropa estaba en las existencias y decidió construir una empresa que vendiera productos intangibles, productos que no necesitaran logística o bodegas. Creó Groupon, empresa que vende cupones de descuento, y se hizo multimillonario. ¿Qué puede ser más intangible que cupones digitales de descuento de empresas de terceros? Keywell convirtió en aprendizaje el fracaso anterior: la debilidad de la moda se hizo la ventaja de Groupon. Platicando con él en un pasillo me relató algunos de los momentos más íntimos de su fracaso, en sus ojos en todo momento la pasión por el tema. Y es que ahí, sentando frente a la ausencia de todo el dinero que le dejó su familia, comenzó la construcción de su éxito. “El fracaso es la mejor escuela, ¿qué esperan?”, nos espetó al final del evento.

¿Ya vieron el video del discurso de Steve Jobs en Stanford? El tipo fracasó como pocos, es el rey de los fracasos. Crear la mejor compañía de computadoras y lograr que te corran de la misma por berrinchudo e insoportable, eso es de profesionales. Hay una apología de su hermana, Mona Simpson, en la que ella cuenta su perspectiva sobre esos días, completando lo que Jobs no termina de decir en Stanford. Si googlean un rato y se apasionan un poco, seguro encuentran la conexión entre lo que Jobs aprendió de su fracaso y los motivos de su éxito en Pixar y en Apple –después de su victorioso regreso–. La historia de Steve Jobs me encanta, puedo pasar meses leyendo sobre él; pero no se las arruinaré aquí con los detalles, si les interesa, los recursos para conocerla sobran.

La forma en que enfrentamos las cosas cuenta. Algunos mal interpretes de los estoicos suelen atribuirles a ellos la idea de que si al hombre bueno le pasan cosas malas es justo porque puede con ellas. Mentira, los estoicos creen que a todos los hombres les pasa lo que tiene que pasarles (el universo es como es), pero los hombres buenos saben enfrentar cualquier cosa porque son como son y por lo mismo –y porque la ley natural es causal– el éxito del hombre bueno siempre es inminente, aun cuando parece lo contrario. ¿Se han parado frente a un gran reto con la seguridad de que su éxito es causalmente inminente? La forma en la que nos paramos frente a las cosas siempre cuenta. En el caso del fracaso, esto es clave. Si el fracaso es en verdad la mejor escuela, pararse frente al mismo es aprender a tomar nota y luego seguir adelante. Y ahora que los he traído hasta aquí, si tuvieran que contratar a alguien para administrar su empresa, ¿escogerían al que jamás ha fracasado o al que ya aprendió del fracaso las formas correctas para llegar al éxito? Si no pueden ver esta conexión, piensen que la ciencia lleva cientos de años trabajando bajo el paradigma del fracaso, ¿o qué otra cosa es el método científico sino la búsqueda del éxito a través del fracaso de experimentos e hipótesis? Una cita de Edison dice: “No he fracasado, solo encontré mil formas que no funcionan”.

Ya les hice sentir mi fracaso, pero mi éxito no se los puedo hacer sentir sin pavonearme como imbécil. Seré educado y mejor en cambio les diré algunos de mis aprendizajes; al fin, ese es el punto medular del fracaso, lo que uno aprende de él:

  • Es más fácil lograr lo que se ve imposible que lo que se ve difícil
  • El compañerismo no basta, el amor a los demás hace toda la diferencia
  • Una sonrisa casi siempre saca otra sonrisa
  • Tomarse en serio es señal de retroceso
  • Las expectativas son ilusiones innecesarias
  • La disciplina es un hábito que se entrena 24 horas al día
  • Los niños jamás fracasan cuando juegan
  • Ser niño es un estado mental

Distinguí antes dos fracasos y prometí explicarlos: el activo/valiente y el pasivo/cobarde. El activo o valiente es Jobs y su explosiva pasión por lo bello y por sus empresas, es Alejandro Magno lanzando a todo su ejército contra el entonces poderoso Imperio Persa y expandiendo el helenismo por todos los Balcanes y Asia Menor. Es el riesgo que corren los grandes y también la razón por la que son grandes. Para ellos el fracaso es equivalente del éxito, dos caras de la misma moneda, parte integral del riesgo de vivir y ser como quieren. Del otro lado está el pasivo o cobarde: no hacer nada por miedo, no construir y ejecutar una gran y explosiva titulación por aquello de no arriesgarse. No hay escuela en el fracaso pasivo, solo una vida servil y fracasada. El pasivo también es entrar a trabajar a un corporativo, a las ficciones del fracaso controlado, en donde solo seas un individuo más enfrente de una computadora siguiendo órdenes de un superior ocho horas al día. En nuestro campo laboral abunda este fracaso e incluso se disfraza en ocasiones de éxito. Y creo que éste es el peor fracaso de todos, despertar en tu edad de retiro sin haber arriesgado nada, con una pensión que no alcanza y una vida sin aventuras. Podrán decir que hay otras formas de vivir una vida plena y que lo laboral es solo una parte, pero justo en eso se esconde el fracaso pasivo, cuando no sabemos si decimos que no a la ambición por razón o por miedo. Y además, el fracaso pasivo puede encontrarse en cualquier esfera de nuestras vidas, en cualquier rincón, en cualquiera de los momentos diarios en que tomamos decisiones frente a posibles riesgos.

En la silla del fracaso activo se han sentado todos los que han cambiado a este mundo, en la forma en que lo han abordado se encuentra la teoría del mismo. Filosofía pura para los momentos que en verdad importan. Ya les dije que en ustedes queda construir ahora esa teoría que gira alrededor de todo esto.

 

Con los mejores deseos,

Raúl

México, D.F. – abril, 2014

 

 

 

 

 

 

 

 

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