“Y recuerda que buscar y pensar son dos cosas diferentes. Y yo te pienso, pero no te busco”
Charles Bukowski
Si me hubieran dicho que iba a pensarte todos los días por tres años, quizá no hubiera logrado soltarte.
Como el día en que amanecimos por primera vez en la misma cama. Y traíamos alergia, por las gatas de mi hermana.
No siempre es cansado pensarte. Frente al espejo, decidiendo el look adecuado para salir a la vida, es más fácil aceptarme si te escucho decir alguna de tus constantes cursilerías.
Extrañarte es ya casi una religión. Con sus costumbres y mitos. Con sus peregrinares y sus persignaciones. Con sus santos y sus demonios, y sus pecados, y sus júbilos y lealtades.
La verdad es que te miro en todos lados. Sobre todo en las parejitas que vuelan por las banquetas, haciendo como que caminan para cuidar las apariencias.
Y me pregunto si aún pensarás en nosotros. Si al menos una vez al día, traicionarás a tu esposo recordándome.
Extrañarte es más difícil que pagar la tarjeta del banco. Hay un interés compuesto por liquidar en el desamor. Se multiplican entre sí, las ausencias y soledades.
¿Qué importa si sigue siendo obvio que no éramos compatibles? ¿Qué importa si se sigue demostrando que estás mejor, tú allá y yo acá? ¿Qué importa si cada vez olvido más las cosas negativas y cada tanto importan menos?
Esta soledad es un martirio. Voy de la aceptación a la negación, de la tristeza a la calma, del optimismo a la desesperación. Apenas mirando la vida.